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Armando Di Filippo

El Desarrollo y la Integración de América Latina: Una Odisea Inconclusa

Santiago: Ediciones de la Universidad Alberto Hurtado, 2021

Primer Comentario de Howard Richards

Re Paginas 13-28 “Conclusiones Anticipadas”

Estás cordialmente invitada o invitado a aportar tus pensamientos a la conversación que nace con este primer comentario.

Por el estado de mi salud, he tenido que fijar prioridades. He decidido de dedicarme, en el tiempo que me quede, como prioridad, a articular un sendero transitable hacia la sustentabilidad. No me cabe duda de que un mundo sustentable, de llegar a existir, también demostrará otros valores y otras virtudes además de ser sustentable. Sin valores y virtudes solidarias no sería sustentable, y no podría llegar a existir.

Siendo así mi estado anímico, y el veredicto que había dictado a mí mismo, recibí el nuevo libro de Armando Di Filippo como si fuera un regalo de Dios, como si Dios en su infinita bondad y en su infinita inteligencia, había anticipado mi necesidad. Me envió exactamente lo que necesitaba.

El Desarrollo y la Integración de América Latina: Una Odisea Inconclusa es una de las obras me demuestra que, al dedicarme a diseñar un sendero transitable hacia otro mundo posible, no tengo que partir de la nada. Ni sola. Armando ofrece una perspectiva atendible sobre la historia de las ciencias económicas y su papel en la entrada de la humanidad en lo que caracterizó Max Weber como la jaula de hierro de la modernidad. Ahora, a las ciencias sociales, junto con las naturales, les corresponde descubrir una salida de la jaula. Las grandes instituciones internacionales ortodoxos, dotadas de enormes recursos, y cercanos a las palancas del poder del sistema-mundo moderno, al juicio mío y al juicio del autor de este libro, suelen subestimar la profundidad de la crisis.

Al decir de Immanuel Wallerstein, en nuestra época, en cierto sentido el objeto único de las investigaciones de las ciencias sociales es la económica global. Porque la economía global es una sola; nada pasa en esta tierra que no pasa al interior de ella; todos vivimos en ella; todos dependemos de ella. Aquellas grandes instituciones aseguran, desde las cátedras centrales del sistema que el sistema mismo paga para dotarse con auto-entendimiento, como las son el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OCDE, la ONU y los demás miembros de su comunidad epistémica (Dimpho Motsamai, Epistemic Communities and Development: The Davos Process and Knowledge Production. Tesis para optar a Magister en Relaciones Internacionales., University of the Witwatersand, sin fecha.) que los fundamentos de la ciencia económica en sus formas liberales actuales son válidas. Y que, gracias a la aplicación masiva de modelos mentales propios de aquella ciencia, procesando cantidades de datos jamás antes manejados por seres humanos, el sendero a la sustentabilidad ya es a grandes rasgos, conocida. Aquella salida, aquel sendero, se orienta hace una gran meta general consensuada entre las grandes instituciones globales oficiales. A veces la llaman “crecimiento verde.”

Pienso en el nuevo libro de Armando como una crítica constructiva desde la periferia. Armando hizo carrera como investigador de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe antes de jubilarse. Como la Comisión Económica para África, la CEPAL, ya durante más de medio siglo, ha producido herramientas intelectuales para comprender el sistema y para cambiarlo, distintas de las producidas en los países centrales. Armando asume, entre otras tareas, la tarea de analizar “economía” e “integración” en un continente cuya experiencia histórica no ha sido la experiencia histórica del norte.

Selecciono como un primer trozo para comentar las siguientes palabras tomadas de las páginas 17 y 18 de aquella primera parte del libro que se llama “conclusiones anticipadas”:

Sin embargo, la ciencia económica que terminó dominando el panorama académico occidental fue la que resultaba funcional a los centros hegemónicos principales del capitalismo a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Esta ciencia emanó principalmente de la corriente liberal neoclásica (Menger, Walras, Jevons, Marshall, etc.): abstracta, ahistórica, individualista, y utilitarista. Para ella el punto de partida del estudio de los mercados fue una situación de equilibrio general estable, bajo condiciones de “competencia perfecta”, en donde las mercancías transadas se denominaron “bienes económicos” caracterizados

por su “utilidad y escasez”. En el párrafo anterior las palabras “utilidad y escasez” van entre comillas porque sus significados efectivos actuales (distintos a los que

nos cuentan los manuales) responden a la racionalidad instrumental del capital y a la lógica sistémica del capitalismo. La utilidad y la escasez de las mercancías se determinan socialmente según cual sea la distribución de los poderes efectivamente operantes en la sociedad. En términos

de ética social estamos en el ámbito de la justicia distributiva. Bajo la racionalidad instrumental del capitalismo cuanto más concentrada sea esta distribución menor atención social se prestará a la satisfacción de necesidades objetivas que son inherentes a la naturaleza humana.

En suma, la justicia distributiva tiende a ser desestimada o ignorada completamente no solo en la teoría académica sino también en la praxis concreta de la racionalidad capitalista del siglo XXI. La racionalidad capitalista se opone incluso a la razón democrática liberal legitimada a partir de la revolución francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”) o a los principios del Gobierno (“del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”) democrático, inspiradamente sintetizados

por Abraham Lincoln en sus esfuerzos republicanos por promover la libertad entendida como liberación de la dominación padecida por los esclavos y, también, como la liberación de la joven nación de los lazos que

la subordinaban a su madre patria. El sistema capitalista opera como un mecanismo cibernético auto expansivo fundado en la racionalidad instrumental del capital.

Su modus operandi es totalmente autorreferencial y tiende permanentemente a controlar y colonizar para su propio provecho las lógicas políticas, culturales, y biológico-ambientales. Librado a los poderes económicos que se confrontan en los mercados tiende inexorablemente

a generar posiciones monopólicas incompatibles con la democracia.

Entre los miles de comentarios aquí posibles, desarrollo solo uno: el pasaje subestima el encanto moral y el valor moral de la ciencia económica ortodoxa y del capitalismo. (N.B. Me encuentro entre quienes preferimos no usar mucho la palabra “capitalismo” por razones que explicaré en algún comentario futuro. Aquí incluyo la voz “capitalismo” en mi vocabulario para no vagar en un el espacio vacío de un lenguaje solipsista privado, sin explicación alguna.) Mi comentario aquí no es una crítica; es la propuesta de una conversación. Además, aunque parezca paradoja no niego el contrario: Concuerdo, en fin, con quienes consideran que el capitalismo ha llegado a ser un desastre moral. Entiendo que, si existe un sendero a la sustentabilidad, aquel sendero pasa por un renacimiento moral, o por una serie de renacimientos morales. Agrego que las espigas de un renacimiento moral, más aún de una serie de renacimientos morales, ya brotan.)

Dicho esto, parto considerando un principio destacado por León Walras. Observa Walras que “los economistas” suelen dedicarse a refutar a los socialistas. Pero ni para esta finalidad ni para otras se debe pensar la ciencia económica como si fuera meramente una ciencia natural. La persona humana es más que una especie superior de animal. Si fuera animal, la ciencia económica podría ser una ciencia natural. Pero, al contrario, “El hombre es una criatura dotada de razón y de libertad.”(Traducido del inglés de León Walras, Elements of Pure Economics. (traducción del original francés por William Jaffé). London. Routledge, 1954. P. 55. Original francés 1872-74) La ciencia económica, por eso, tiene que ser a la vez una ciencia natural y una ciencia moral.

No puede ser coincidencia, que en la filosofía de Immanuel Kant (1724-1804) cuya influencia en la cultura occidental difícilmente se puede exagerar, y en general en las distintas filosofías de índole metafísica difundidas en Europa en el tiempo de Walras (1834-1910) la persona humana fue más que un animal, y superior a todos los animales, precisamente por su posesión de la razón y de la libertad. Walras: “…podemos dividir los hechos de nuestro universo en dos rubros: los que resultan de las ciegas e ineluctables fuerzas de la naturaleza, y los que resultan del ejercicio de la voluntad humana, una fuerza que es libre y cognitiva.” (Walras, op. cit. P. 61.) Sugiero que hay que leer la obra de Walras tomando en cuenta que las compras y las ventas, todos los contratos, y todas las transacciones comerciales caen en el segundo rubro. En el vocabulario de Kant, solamente la voluntad racional humana (vernűnftige Wille), v.gr. la persona, posee una dignidad (Wűrde).(Immanuel Kant, Grundlegung zur Metaphysik der Sitten. Werkausgabe Band VII. Frankfurt: Suhrkamp. 1956. (Original 1785) p.68.) Su valor es infinitamente superior a cualquier precio.

El equilibrio general no pretende representar una óptima atención a las necesidades humanas en armonía con la naturaleza. Ni pretende ser, en rigor, el mayor bien del mayor número, según alguna medida objetiva del bien. Si no me equivoque, pretende ser el fin de las transacciones voluntarias entre seres libres y racionales. Siendo racionales, no hacen lo que a su juicio no les conviene. Cuando todas las demandas y todas las ofertas dejen de existir por decisiones libres de los demandantes y de los ofertantes, hay equilibrio general.

En forma semejante, cuando los marginalistas, por lo menos en el caso de Walras, rechazan la teoría laboral del valor, y rechazan cualquier teoría objetiva y optan por el valor subjetivo, no es simplemente por ser escépticos. Es para honrar las voluntades humanas. Lo “subjetivo” es la opción de una persona.

El óptimo de Pareto, no es ningún optimo en ningún sentido objetivo. Es el momento cuando no quedan más transacciones porque ya no hay ninguna que conviene a ambas partes.

En forma semejante, la autoridad moral de la “preferencia revelada” de Paul Samuelson, y de la doctrina del consumidor soberano, tienen raíces profundas en las doctrinas metafísicas de la libertad fraguadas en la historia de los siglos recientes, juntas con las bases de las ciencias económicas.

En las infinitas complicaciones legales y éticas que tienen que ver con el traspaso involuntario de la propiedad, reforma agraria, derechos a propiedad intelectual, redistribución de la riqueza, los impuestos, las herencias, etc., y en las que tienen que ver con un supuesto deber de pagar deudas cueste lo que cueste; siempre está presente, por lo menos en occidente, alguna forma explícita o implícita del derecho sagrado de la persona de disponer libremente de lo suyo –aunque no siempre gana la dicha metafísica de la libertad frente a otros criterios morales. (por ejemplo, en los recientes conflictos sobre la disponibilidad de vacuna contra Covid en los países pobres.)

En fin, la moral que subyace las instituciones capitalistas tiene encantos. Tiene méritos que difícilmente se separa de sus defectos. Está instalada profundamente en la jurisprudencia y en la ciencia económica. A menudo se da por sentado a nivel inconsciente. A menudo es considerado natural y no una construcción social e histórico. Fundamenta discursos de derechos inalienables que sofocan otros derechos; y dejan desfinanciados los DDHH sociales. La moral que subyace las instituciones “capitalistas” (creo que esta palabra es tramposa) está fundamentada, en formas conscientes y en formas inconscientes, en conceptos metafísicos de la libertad. Metafísicos con olor a sagrados. Conforman lo que a veces se llaman “religión civil” o God-given rights. Chocan con la necesidad de tomar medidas para frenar la fuga de capitales. Entran en conflicto con éticas de solidaridad; y entran en conflicto con la necesidad de reinventar las instituciones humanas para hacer físicamente sustentable la vida.

Digo un poco sobre mi punto de vista general para defenderme contra posibles malentendidos: No creo que lograr una moral más pragmática y realista, suficiente para lograr la sustentabilidad y terminar con la exclusión social de las personas rechazadas por el mercado laboral, requiere revoluciones radicales. Sí requiere que los pobres se organizan para defenderse, pero no requiere grandes trastornos sociales que quitan “el poder” a unos y entregan “el poder” a otros. (“Poder” es otra palabra tramposa; nombra uno de los conceptos más iluminados por el estructuralismo latinoamericano y por este libro de Armando.)

Requiere culturas y éticas solidarias. Requiere una economía plural con fuertes sectores cooperativas, populares, y locales. Pensando en Chile, más que un estado más poderoso, y más que un estado menos poderoso, requiere mayor cooperación (para el bien común, no para el lucro privado y menos para la corrupción) entre la sociedad civil, los vecinos en los barrios, las empresas privadas, y en fin entre todos los sectores. Más que nada requiere mayor comprensión de las causas estructurales de desenlaces que no convienen a nadie; la buena voluntad para colaborar; y mentes abiertas para sopesar diversas opciones a la luz de estudios con diversas metodologías, sin recetar soluciones a priori.(Amartya Sen, The Idea of Justice. Cambridge: Harvard University Press, 2009; Alberto Hurtado, Humanismo Social. Santiago: Editorial del Pacifico, 1947) Corresponde a los ganadores en el juego económico tomar iniciativas pro sociales, antes de pedir aún más sacrificios a quienes ya han sido generación tras generación victimas del sistema vigente.

Por jpenafiel